Mercado “presidente Abelardo L. Rodríguez”

El Mercado Abelardo Rodríguez es uno de los mercados públicos más conocidos del centro de la ciudad. Construido en 1934 como prototipo de los mercados de toda la ciudad, es un verdadero hito, y tristemente uno de los sitios menos visitados del centro. El arquitecto Antonio Muñoz utilizó en su construcción todo tipo de estilos -Barroco, Belle Epoque, Art Nouveau y Art Déco-, para presentar uno de los lugares más dignos y reconocidos para comprar o para comer en la ciudad.

Con más de 450.000 metros cuadrados de paredes y techos, es posible que muchos de ellos estén cubiertos de murales realizados por los alumnos de Diego Rivera. Es una de las principales razones por las que la gente lo visita hoy en día, aunque muchos locales y restaurantes de los alrededores también hacen sus compras aquí.

Con la Revolución y el caos que le siguió, hacia 1934 era sólo el segundo gran mercado público construido a principios del siglo XX. El primero fue el Mercado Dos de Abril, en la Colonia Guerrero, que se terminó en 1912.

Sin embargo, al igual que el mercado Guerrero, el Mercado Abelardo Rodríguez pretendía ser un prototipo de mercado nuevo y más moderno. Evidentemente, esto fue mucho antes de los supermercados. Era enorme y ofrecía toda una serie de servicios, además de frutas y verduras frescas. Muy adelantado a su tiempo, incluía una guardería, un centro juvenil y una biblioteca. El Centro Cultural Teatro del Pueblo ocupa todo el lado oeste del complejo. En la planta superior se encuentran muchos de los otros elementos que posteriormente se copiaron en otros mercados públicos.

Con entradas por las calles República de Venezuela, República de Colombia, Del Carmen y Rodríguez Puebla, el mercado es accesible a todo el barrio. Los visitantes internacionales vienen sobre todo a contemplar los murales. Pon especial atención en el techo que cubre la zona del patio central. También encontrarás el prototipo que se siguió en los mercados de La Lagunilla, Tepito y La Merced. Cada uno de ellos resulta fascinante, y siempre vale la pena visitarlo, no sólo para quedarse embobado, sino también para disfrutar de un excelente almuerzo.