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Ruta de la Amistad

La Ruta de la Amistad consiste en una serie de esculturas destinadas a decorar la zona del Periférico Sur antes de los Juegos Olímpicos de 1968. Rodeada entonces en su mayor parte de campo, la autopista era importante para el transporte de atletas y espectadores durante los Juegos. Tres de las instalaciones más importantes de los Juegos también recibieron esculturas.

El proyecto fue concebido y dirigido por Matías Goeritz con la aprobación de Pedro Ramírez Vázquez, entonces Presidente del Comité Organizador de los Juegos.

Nunca fue un proyecto que gustara del todo al público de Ciudad de México. Goeritz insistió en el uso del cemento colado, su medio preferido, para casi todas las obras. La lista de países participantes invitados se parece mucho a la de países en los que Goeritz conocía por casualidad a artistas en activo. Once países europeos más Estados Unidos, Australia, Japón, Israel, Uruguay y Marruecos no formarían precisamente una olimpiada.

Más problemático aún, el monumentalismo simple del siglo XX nunca se recuperaría de los tumultuosos acontecimientos de 1968, en Ciudad de México y en todo el mundo. La gran escultura de cemento patrocinada por el gobierno tendría dificultades para inspirar, y mucho menos para destacar, en tales condiciones.

La mayoría de las obras languidecieron, descuidadas, vandalizadas y olvidadas durante décadas. Pero a partir del año 2000, la ampliación de la autovía renovó el interés por muchos de los monumentos que ya tenían 30 años. Para entonces, el sur de Ciudad de México había alcanzado una población similar a la actual. Las obras se restauraron y muchas de ellas se reubicaron.

Su orden numérico, e incluso los países que representaban, habían perdido importancia. Muchas de las biografías de los artistas también se habían desvanecido.  La escultura masiva ahora sólo se denomina "monumental" entre paréntesis. Después de todo, ¿qué es lo que se monumentaliza?

Quizá la importación europea más importante de México fue el Surrealismo. Inagotablemente útiles como paradigma interpretativo, estas gigantescas formas misteriosas podían al menos entenderse así. La Ruta de la Amistad nunca se concibió bajo una luz tan cínica. Pero esa luz ha resultado complaciente. Así, muchos habitantes de Ciudad de México aceptarán a regañadientes las obras como parte de un pasado que sólo comprendemos en parte.

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