“El Caballito” no está exento de ironía. Los habitantes de la Ciudad de México no están siendo cariñosos al llamarlo “El caballito” o “el pony”. No tiene mucho que ver con otros monumentos importantes de la ciudad, tal vez esto se debe a que es la segunda estatua de bronce fundido más grande de todo el mundo.
El retrato ecuestre de Carlos IV, de Manuel Tolsá, comenzó con un encargo del Virrey de Nueva España, Miguel de la Grúa Talamanca, en 1796. Con el permiso de Madrid, comenzaron las obras. Se construyó un pedestal en el Zócalo. El 8 de diciembre de 1796 se celebraron corridas y fiestas. Faltaban siete años para que la obra pudiera ser inaugurada.
Tolsá trabajó con Salvador de la Vega, que había fundido muchas de las campanas más grandes de la Catedral Metropolitana. La fundición estaba en el Colegio de San Gregorio, y la estatua fue trasladada trabajosamente al pedestal que se había erigido siete años atrás. Eso fue en 1803. El traslado del recorrido de 1,600 metros duró cinco días, y se realizó en una carreta.
Iba a ser el primero de cuatro o cinco dolorosos traslados para el corpulento jinete. La estatua final pesa unas 26 toneladas. Por supuesto, tendrían que pasar muchas cosas antes de que alguien se planteara volver a trasladar la estatua. A continuación un rápido recuento:
Primero fue escondido. El sentimiento antiespañol era demasiado fuerte, y la estatua se cubrió con una lona azul durante un tiempo. El archiconservador Lucas Alamán convenció al presidente para que librara la estatua del crisol. En 1822, el jinete reinaba sobre un patio cerrado en el edificio de la Real y Pontificia Universidad (que más tarde se convertiría en la Universidad de México).
De ahí se trasladó en 1852 a la intersección del Paseo de la Reforma con la Avenida Bucareli. La estatua de Carlos IV permaneció allí hasta 1979. Afortunadamente, esos representan los largos años dorados de la avenida. De hecho, en el otro extremo de Bucarelli, en la intersección con la calle Barcelona, se encontraba otra tremenda obra de Manuel Tolsá: la fuente que flanqueaba ese grandioso cruce fue trasladada en 1925 a la Plaza de Loreto, donde aún puede verse.
En 1979, por fin, y tras innumerables y molestas ampliaciones de calles, el Ayuntamiento trasladó “El Caballito” a su actual ubicación. Así que cuando te quejes del estilo y de la extraña época del brillante sustito amarillo y modernista de Sebastián, recuerda que toda esta historia también ha pasado por esa particular declaración.
La rebautizada Plaza de Manuel Tolsá, frente al Museo Nacional de Arte, y el Palacio de Minería, pueden hacer por fin justicia a la obra que el arquitecto y escultor intentó hacer tantos años atrás.
En definitiva, es un monumento al artista mucho más que a su tema. Por ello, merece cierto afecto.
Cercano a 0.01 kms.
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Un museo dedicado a los instrumentos de tortura y subyugación humana.
Un vistazo a la historia colonial más antigua de la Ciudad de México...
Fácilmente uno de los restaurantes históricos más famosos de la Ciudad de México...
Hogar de dos de las obras maestras de Tolsá, es lógico que la plaza lleve su nombre.
Uno de los rincones más históricos del centro de la ciudad, es un monumento, un jardín y mucho más.