La Iglesia de Porta Coeli en Venustiano Carranza #107 conserva el nombre del Colegio Dominicano de Porta Coeli que alguna vez ocupó este espacio y bastantes más en la zona. En la actualidad, es la sede de la comunidad griega de rito melquita (bizantina) de la Ciudad de México. Por ello, sus nombres oficiales son Santuario del Señor del Veneno y Catedral Greco Católica Melquita de México. Es la catedral griega melquita (sede episcopal) de todo México.
El edificio data en realidad de 1711. Es probablemente uno de los ejemplos más espectaculares de una fachada neoclásica en el Centro Histórico, si no de toda la ciudad. También es una iglesia sorprendentemente concurrida en el México secular moderno. Con la Reforma, fue arrebatada a los dominicos y convertida en un archivo gubernamental.
La iglesia griega melquita de México data de finales del siglo XIX, con inmigrantes llegados aquí desde Líbano, Siria, Jordania y unos pocos desde Egipto. La comunidad melquita no tuvo ni iglesia ni sacerdote hasta la década de 1920, en parte porque el gobierno seguía controlando todas las propiedades de eclesiásticas. En 1952, la comunidad de México fue reconocida por el Papa y se concedió a los melquitas el antiguo archivo cuya leyenda nunca se había acabado.
Casi siempre abierto durante el día, atrae a visitantes de todo el centro de la ciudad. En su interior se encuentran nada menos que ocho espectaculares murales bizantinos terminados en 1978. Pero una de las verdaderas razones por las que la gente vuelve es por un milagro que ocurrió hace mucho tiempo.
Aunque comúnmente se la llama iglesia de la Puerta del Cielo (Porta Coeli), tradicionalmente también se la ha llamado iglesia del Señor del Veneno, o más sencillamente, iglesia del Cristo Negro.
Se dice que, en pleno siglo XVIII, un amable y generoso caballero llamado Fermín Andueza poseía tierras y propiedades en el centro de la ciudad y sus alrededores. La gestión de sus fincas, de sus rentas y de su extenso hogar hacía que todos los días fueran largos y ajetreados, sin embargo, al final solía rezar regularmente ante la figura del Cristo en la pequeña pero acogedora iglesia de los dominicos. En aquella época, la figura del Cristo era bastante pálida y estaba delicadamente pintada. Andueza, al final de sus oraciones, besaba cada noche los pies de la estatua y siempre dejaba al menos unas monedas en el plato de la colecta que había cerca.
Pero Andueza tenía un enemigo celoso y codicioso. Competidor en los negocios y reconocido desde hacía mucho tiempo, Don Ismael no escatimaba ocasiones para hacerle saber a Andueza cómo había crecido su antipatía. Como la práctica diaria de Andueza era muy admirada y comentada, Ismael sólo tenía que observar antes de poner en marcha un plan. Como estaba decidido a apartar a Andueza de su propio y espinoso camino hacia el éxito, llegó a poner una especie de veneno en los pies de la estatua, precisamente en el lugar donde el amable y piadoso Andeuza se postraba para besarla.
Cuenta la leyenda que, al inclinarse para besar los pies, terminadas las oraciones de Andeuza, la figura del Cristo comenzó a sudar. Las gotas de agua corrían claramente por las piernas y por los arcos de los pies. Se dice que el Cristo incluso movió las piernas, aunque rápidamente, de manera que los labios de Andeuza nunca llegaron al veneno. Con el tiempo, la estatua cambió de color, como si hubiera absorbido y neutralizado todo el veneno.
Se dice que a partir de entonces Andeuza rezó con más ahínco, pues ya había sido ricamente recompensado, no sólo con riquezas, sino con una vida perdonada y regalada. No hay más registros históricos que describan el destino de Don Ismael.
Sin embargo, el milagroso Cristo Negro es más famoso que nunca. Con la toma de la iglesia, los dominicos trasladaron la estatua a la Catedral Metropolitana y allí permanece. En la iglesia original, en la calle Venustiano Carranza, se encargó una réplica exacta, y la gente te jurará que de vez en cuando también suda.
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